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Asambleas barriales y subjetividad política. Reunir las marcas de lo que nos marca

Asambleas barriales y subjetividad política. Reunir las marcas de lo que nos marca
Andrés Pezzola

Diciembre de 2003, a dos años del que se vayan todos publicaremos el libro Asamblea Barrial y subjetividad política. ¿Por qué un libro? ¿por qué luego de todo lo dicho y escrito seguir publicando?

El libro es un conjunto de textos. Algunos son balances, otros artículos, también hay cartas y muchas son simples anotaciones. Fueron hechos para una situación, y no para otra. Para entender qué estaba pasando. Para intervenir allí. Las notas fueron hechas dentro de los ámbitos asamblearios. No interesa si los trascendieron o no. El valor que ahora tienen es que son el registro precario de una experiencia subjetiva. Una experiencia que hoy intuyo agotada. En rigor, esta experiencia se está agotando desde el inicio. Desde que emergió de la contingencia se está apagando, está desapareciendo. En las Asambleas esto se veía patente; desde siempre se dice, “se nos va la gente”. La primera vez que lo escuché fue en febrero de 2002. La “gente se está yendo” permanentemente de la Asamblea, pero dejan cosas allí. Estos textos son una parte ínfima de las cosas que dejamos al irnos de la Asamblea. Son los despojos que nos quedan de haber ejercido alguna vez la subjetividad asamblearia y su discurso; para mí, subjetividad política. Los escritos fueron hechos en ese maremoto que se agota.

“¡Que se vayan todos!”, ¿nosotros también?

¿El que se vayan todos incluía al declarante? La subjetividad asamblearia se fue también. El vecino asambleario se fue y quedamos algunos militantes con nuestro juego implacable. Pero aquí no interesa tanto discutir para adentro de ese juego de militantes que perseveramos y hacemos caso omiso de la consigna oscura. No importa tanto el modo resuelto de la militancia persistente para responder por la consigna y al mismo tiempo quedar crónicamente ciegos a ella. Importa ver que hay rastros de una subjetividad singular e irreductible. Accesible sólo por medio de fragmentos, rituales, notas, recuerdos, que sirven para pensar la política. Hoy somos otros respecto de esa subjetividad, pero podemos pensar nuestra situación contemporánea a partir de esa existencia efímera. No me interesa para nada la Asamblea, sino sólo ver qué condiciones habilitó para que haya política. Esta idea de política merece ser precisada. Soy consciente de que armar una serie de registros precarios sobre una subjetividad desaparecida –serie que lleva el nombre de libro–, no produce la teoría o el sistema de conceptos que resuelva nuestros problemas políticos (tal cual como circulan en el murmullo social). Es cierto que la precariedad de esta serie no permite declarar al sujeto político anhelado (que no comprendo aún si es dado o construido). Pero por ello no voy a tachar eso que está hecho, que está dicho, y escrito por unas prácticas específicamente asamblearias, por más mínimas que sean. Las prácticas testimonian su existir mediante las trazas que dejan. Estas marcas singulares deben ser nombradas aunque no sean más que un conjunto desordenado e incoherente. No es conflicto de clases, ni la resistencia popular, ni el deseo de la multitud, sino una serie de rasgos reunidos por alguien para poder nombrar una dispersión, es decir ponerle un límite a la potencia y producir poder.

¿Quién es este alguien?, ¿quiénes somos nosotros?

Este alguien que reúne es siempre un nosotros. No importa tanto quien firma las notas. La marca asamblearia es la verdadera firma del nosotros que reúne las marcas. Afirma, sobre la masa discursiva, aquel rasgo precario que es irreductible a los discursos militantes y académicos. Afirmando, intenta mostrar una discursividad heterogénea. Esta discursividad está asegurada por un conjunto de prácticas. Una coordinación de prácticas de “entre vecinos”, de barrio y de Asamblea. No son las prácticas vecinales, barriales o de asambleas las que por separado producen esta discursividad que buscamos afirmar, sino el nudo entre ellas. Es el conjunto vecino-barrio-asamblea (V-B-A) el que produce el sujeto de la enunciación. Primero es vecino del barrio que va a la asamblea y luego aparece ante los otros como militante, como intelectual, o como quieran combinar todas las formas que se les ocurran: el que fue a una Asamblea habrá sabido ver la cantidad de personas tan diferentes unas de las otras. Diferencias posibles sobre un fondo homogéneo, una condición de igualdad anterior a esas diferencias de estilo.
Los distintos textos fueron hechos por un vecino, del barrio, para un determinado ámbito de la Asamblea.

Nosotros es el nudo vecino-barrio-asamblea

Quiero mostrar un discurso propio de la asamblea, inherente a la experiencia asamblearia. Mostrar el pequeño núcleo de prácticas (V-B-A) con capacidad para producir rasgos subjetivos singulares que no es posible reducir a lo ya dado. ¿Qué es lo subjetivamente ya dado? ¿Cuáles son los otros discursos lógicamente anteriores a esta singularidad que afirmamos en las notas?
1) El discurso jurídico-legal, que instituye un tipo de subjetividad específica: la ciudadanía.
2) El discurso de la militancia social o activista social, que por gracia de su aparato teórico identifica un conflicto de base económica, dentro del todo social, que lo jurídico legal pretende homogéneo. La subjetividad que produce la llamamos militancia o activista.
3) El discurso académico. Este campo no es autónomo respecto de los dos anteriores. En él se repiten las alianzas y enfrentamientos producidos entre lo jurídico-legal y el conflicto de clases. Aquí se produce la intelectualidad crítica, pero también la acrítica.
4) Por último –la lista no es ni rigurosa ni cerrada– el discurso de los medios masivos de información. Éste produce al espectador. Sólo basta saber del espectador que es sumamente pasivo y opera desde la opinión.

A lo largo del libro, los textos se articulan con las cuatro discursividades.

Jurídico legal,

¿Qué es la conexión estatal? Es una conexión práctica, efecto de una operación del dispositivo asamblea-barrio-vecino (A-B-V). Se produce cuando la asamblea se topa con algún término estatal pero lo hace a nivel del barrio. Esta conexión no recubre un carácter especial. El dispositivo A-B-V funda un barrio público en su relevo. En este mapeo del nuevo barrio aparecen una serie de entidades institucionales: hospital, escuela, fábrica, fábrica tomada, universidad, plaza, cooperativa, mercado, hipermercado, empresa pública privatizada, iglesia, etc. Y cuando el estado aparece en este mapeo, aparece para ser tratado en la misma línea que el resto de las entidades, es decir para tratarlas desde el lazo que funda la asamblea, el lazo vecinal. Se me puede objetar que todas las entidades anteriores son el estado, de una u otra forma. Pero no dije que la asamblea hacía un relevo del Estado dentro del barrio, sino que hacía un relevo del barrio y en él, dentro de él, aparece un término que podemos llamar estado. El relevo no es un diagnóstico del aparato de opresión estatal sino un listado de los recursos con los que puede contar la estrategia de la asamblea.

militante,

Balance ante una inminente deserción asamblearia de la Asamblea: Tengo muchas opciones de participación: el gremio, agrupaciones universitarias, de desocupados, en partidos políticos, en derechos humanos y ahora le sumamos la Asamblea Barrial. También hay opciones de participación menos comprometida: campaña de solidaridad con Santa Fé, las ONGs, las parroquias, sociedades de fomentos, comedores, CGP, etc...
Cuando fue febrero de 2002 hacía mucho que no militaba ni en el campo gremial, ni en el universitario, ni en el campo social. La asamblea se me apareció en el camino, la asamblea me chocó, se metió en mi vida. No es que venía militando y apareció el frente barrial, en el cual es más probable llevar adelante el objetivo militante. La asamblea logró entonces capturarme y suspender lo urgente por una posibilidad concreta de cambiar algo. Las cosas se dieron de tal modo que hoy no veo que la Asamblea pueda cambiar algo. Así nuevamente en mi vida lo banal es lo urgente (esto es lo que había logrado cortar la práctica de asamblea).
Muchas veces pienso en la asamblea, mi procedencia militante no soporta no participar. Pero no quiero ir a la asamblea sólo para colmar una demanda que dice ¡participá! La asamblea no fue una cuestión de conciencia o de voluntad. La asamblea me permitió pensar cosas nuevas, conocer gente nueva, hacer compañeros, conseguir algún trabajo, alguna changa, permitió conocer al vecino (que era un NN hasta entonces); me permitió insertarme en un barrio cuando me mudé y me permitió conocerlo cuando viví en él. No fue un artificio militante o un grado más elevado de compromiso social.
Hoy creo que se podría volver a la asamblea de cuatro formas posibles: como militante de izquierda (que no soy hace mucho), como feriante (que no soy y no fui), como quien participa de ella sólo porque es una posibilidad de hacerlo; y por último, si se conecta en algún punto con lo que soy, con lo que hago, con el lugar donde vivo.
La asamblea me convocó no por las restricciones que impone el discurso militante sino porque permitía sumar a lo que ya había, enriquecer la vida (tanto material como espiritualmente).

del espectador,

La primera situación que me hizo preguntar por la posibilidad de desaparecer del movimiento asambleario fue durante una mañana, en el laburo. Recuerdo que fue antes de las elecciones presidenciales. Un compañero vino y me hizo el planteo (no sé cómo llegamos hasta allí) de que las Asambleas se habían terminado. En ese momento reaccioné preguntándole por qué creía eso. Entonces me dijo que las Asambleas habían desaparecido del debate público, que habían dejado de resonar mediáticamente. Para mi compañero de laburo las Asambleas no se terminan si siguen apareciendo en el discurso de los medios masivos de comunicación.
Desde el exterior del proceso asambleario, más precisamente desde el punto de vista de los medios masivos, existir es estar en la TV. Existir desde aquí es ser noticia. Los medios masivos producen una subjetividad específica: el espectador. Entonces para el espectador, la asamblea no existe cuando deja de ser noticia.

y el académico.

La prueba que indica la exterioridad de estos balances (con valoración negativa o positiva de la experiencia, da igual) es la confusión de dos procesos. Por un lado, el que va del 19 de diciembre de 2001 hasta el 26 de mayo de 2003 (emergencia y agotamiento del proceso asambleario) y, por otro, el que va del 20 de diciembre de 2001 hasta el 25 de mayo de 2003 (renuncia de De La Rúa y asunción de Kirchner). Esta confusión es producto de la exterioridad del sujeto del balance respecto del proceso asambleario. Señalo dos tipos de causas para esta confusión, una de tipo práctico y otra, teórica. En la primera, el sujeto que elabora el balance de la experiencia asamblearia no está tomado por las prácticas que tejen al aparato de pensamiento barrio-vecino-asamblea. Su sitio práctico es el dispositivo de observación epistemológica (participante o no). La segunda, la causa teórica, es la relación invariante que se atribuye a la política con el Estado. Es decir, el sujeto que hace el balance de la experiencia de asambleas no puede evitar referirse a la relación del proceso emergente con el proceso de crisis estatal. Pero este no poder, es un poder de la exterioridad epistémica, puesto que desde el exterior del aparato de pensamiento barrio-vecino-asamblea todo proceso político tendrá inexorablemente que rendir cuentas ante el ente estatal. Toda la filosofía política moderna y posmoderna está organizada en torno a él (tomarlo, destruirlo, duplicarlo, conservarlo, achicarlo, agrandarlo, limitarlo, ignorarlo, etc.).

Como vemos el hecho de enumerar esta clasificación puede resultar un academicismo. Las notas están plagadas de rasgos militantes, intelectuales, ciudadanos o de espectador. Afirmar la discursividad heterogénea no consiste en producir un purismo sobre la asamblea. El libro no busca despejar asépticamente el ideal asambleario. La singularidad que intento mostrar se compone con los otros discursos. No es, como cree la militancia, que únicamente se puede pensar/hacer la política desde una voluntad o conciencia militante. A partir de esta experiencia política que se inaugura con la consigna oscura no es únicamente el militante quien habla, hay además, una discursividad que se materializa. Se hizo sentir en la práctica más de lo que la pudimos medir.

El libro intenta intervenir en los ámbitos asamblearios para afirmar la singularidad producida por el acontecer de un pensamiento político original. Esta originalidad está sostenida en la fundación del barrio como espacio público. Este pensamiento (siempre de un nosotros) no tiene por objetivo final intervenir en la lucha de clases. No es ni capitalista ni anticapitalista. No brega por el cumplimiento del orden legal, pero tampoco convoca a transgredirlo. No busca que los espectadores apaguen el aparato, pero tampoco buscan un departamento de marketing para el movimiento social. Y por último, no resuelve el problema entre sujeto, conocimiento y dominación pero tampoco hacen teoría del proceso social.
Todo esto es lo que el pensamiento asambleario no hizo y tampoco buscó realizar como objetivo estratégico. Todo esto es lo que los otros discursos buscaron realizar, reduciendo, subsumiendo al pensamiento asambleario, como una tarea de orden táctico y local. Pero el vecino asambleario no se termina por la ofensiva implacable de aquellos. Se agotó la consigna, se extenuó la pregunta. Hay que volver a abrirla.

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